Comenzó la campaña electoral y los discursos empiezan a ordenarse. Toma cada vez más fuerza en el discurso de la coalición oficialista el relato del éxito de Mercado Libre, la empresa unicornio que creció en medio de la crisis, apoyada por las ventajas que brinda la nueva Ley de Economía del Conocimiento. Es que con todos los indicadores económicos en su contra, hablar de apoyo del Estado para una empresa argentina que incorporando nuevas tecnologías logra crecer y crecer es una gran bocanada de aire para un gobierno que se asfixia. Proliferan las voces que explican cómo estas empresas que brindan servicios basados en el conocimiento son expresiones de la “cuarta revolución industrial” a escala mundial, un tren al que debemos subirnos para salir del subdesarrollo. Hasta pareciera que en estos unicornios tecnológicos se ha logrado desarrollar la tan esperada ciencia útil que dicen que en el CONICET no florece: la que aporta rápido al PBI y crea puestos de trabajo “de calidad”. ¿El macrismo encontró el camino del desarrollo en el momento menos pensado o acá hay gato encerrado?
Imagen: Macri y Larreta en campaña desde las oficinas de Mercado Libre.
Numerosos autores latinoamericanos han discutido sobre cómo de la vinculación entre el Estado, el sector productivo y el sector científico-tecnológico pueden generarse circuitos virtuosos. El más famoso es el triángulo de Sábato, que postulaba que de la interacción de estos vértices surge la innovación, es decir, la incorporación de conocimiento nuevo a los productos, lo cual según ese autor es fundamental para el desarrollo del país. Otros autores avanzan un paso más, postulando que una planificación estatal de la ciencia y la tecnología, asociada al sector productivo podría permitirnos resolver problemáticas nacionales estructurales. Innovación y desarrollo nacional parecen estar vinculados, pero ¿qué pasa con los unicornios?
En 2017, la AFIP le reclamaba a Mercado Libre una deuda millonaria argumentando que no le correspondían los beneficios de la Ley de Software (ahora Ley de economía del conocimiento), dado que la empresa no destinaba fondos a investigar o desarrollar software y tampoco lo exportaba. Independientemente de que con la ayuda del Ministro Cabrera la empresa salió de este embrollo legal y de que las acusaciones de evasión parecen tener fundamento, lo que salta a la luz es quizás sea un exceso juntar las palabras Mercado Libre e innovación en la misma frase, como suele hacer el Presidente. Ni hablemos de áreas estratégicas para el desarrollo nacional, cuando la empresa apuesta a crecer en el sector financiero vía la plataforma Mercado Pago.
Imagen: Movilización en defensa de la Ciencia y la Tecnología (2016).
Ahora bien, mientras nos entretienen con los unicornios, en los últimos años lo que estamos viviendo es otro período más de políticas anticientíficas, como sucedió en los anteriores ciclos neoliberales. Lo que puede entenderse como una “falta de prioridad” es en realidad una política clara: si las dictaduras no hubieran barrido con las innovaciones del INTA, de FATE-electrónica o del Instituto del Cálculo de la UBA, quizás la matriz productiva argentina hoy estaría más diversificada. Si en los ‘90 no se hubiera desmantelado el INTI, la CNEA y el CONICET quizás hoy podríamos “insertarnos en el mundo” de una manera más interesante. Naturalmente, en todos estos casos estamos hablando de decisiones alentadas por los países centrales, siempre tan preocupados por nuestro desarrollo. Sencillamente, es posible que como primer paso para dejar de ser el granero del mundo valga la pena dejar de aplastar cada 10 años nuestro sistema científico tecnológico. Y en la lista de osados segundos pasos, puede pensarse en jerarquizar el trabajo del científicx y en promover proyectos en áreas estratégicas como la producción pública de medicamentos, energías renovables o biotecnologías (le pese a la corporación que le pese). Subsidiar empresas como Mercado Libre para generar puestos de trabajo no necesariamente es negativo, pero en esta lista no ocupa un lugar prioritario.
Hoy nuestro país no exporta ni computadoras, ni automóviles (con la mayoría de sus componentes fabricados aquí), ni barcos, ni aviones. Importamos prácticamente todos los bienes de capital para la industria y hasta el equipamiento para extraer gas y petróleo de Vaca Muerta, con los servicios de mantenimiento y software incluidos. Y por si fuera poco la inversión en Ciencia y Tecnología del Estado ha caído estrepitosamente. Estamos desguazando organismos de CyT, asfixiando a los grupos de investigación básica y aplicada, literalmente expulsando del país a nuestrxs científicxs jóvenes y achicando Carreras del área en las Universidades Nacionales. Cualquier circuito virtuoso entre el Estado, el sector productivo y la infraestructura científico-tecnológica necesita, ya y desesperadamente, revertir este proceso. Los servicios basados en el conocimiento son uno de los grandes modelos de negocio del presente y probablemente del futuro próximo a escala mundial. Pueden aportarle al país generación de divisas y puestos de trabajo, pero pensarlos como un atajo al desarrollo nacional es, como le gusta decir al Presidente, más relato que realidad.
(1) Referente de Ideas de Pie.
Lic. Ezequiel Galpern
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