POR Juan Pablo Demaría Aguilar *
El resultado de las elecciones presidenciales en Venezuela el domingo 28 de julio con la no totalidad de las mesas escrutadas ubica al país sudamericano otra vez en un centro de la dinámica internacional. ¿Un ojo de tormenta? Venezuela es esa cosa incómoda que de tanto que se habla de ella nos deja sin argumentos profundos. Abundan opiniones a favor o en contra. O es una dictadura que expulsa a sus nativos o es una democracia ejemplar que plebiscita con asidua regularidad las medidas del gobierno. Esto viene así desde hace años y se repite como una historieta que termina con la viñeta “continuará”. Así el último número que ahora se espera que venga con anexos.
¿Ganó Nicolás Maduro o Edmundo González Urrutia? ¿Fueron elecciones transparentes o Hubo fraude? ¿Cuándo se publicarán las actas del escrutinio definitivo? ¿Se publicarán estas actas? Brasil, Colombia, México y Chile piden que se publiquen las actas. Antes de las elecciones presidenciales venezolanas el presidente de Brasil Lula Da Silva se pronunció en favor del proceso electoral en el país limítrofe ofreciendo ayuda y promoviendo elecciones libres, democráticas, populares, y que se respete a quien gane. El ex presidente de la Argentina Alberto Fernández reforzó lo dicho por Lula.
Cristina Fernández de Kirchner habló, entre otros temas sobre Venezuela, en el cierre del curso internacional Realidad Política y Electoral de América Latina el sábado 3 de agosto. Se posicionó en su discurso más allá del maniqueísmo que sólo ve buenos y malos. Pidió, por el pueblo venezolano y por el legado de Hugo Chávez, que se publiquen las actas de las elecciones presidenciales. También habló del bloqueo político y económico al que está sometida Venezuela por potencias mundiales a las que no les interesa una Venezuela libre, democrática, justa y pacífica, sino su petróleo resaltando que dicho país tiene la mayor reserva de petróleo convencional del mundo.
La cancillería argentina publicó en su sitio de internet noticias sobre el tema Venezuela. La primera fechada el 30 de julio donde denuncia y repudia el hostigamiento de parte del gobierno de Maduro por cortar el suministro eléctrico en la embajada de Argentina en Venezuela y hace un llamado a la comunidad internacional para que tome cartas en el asunto y haga cumplir las reglas de las relaciones diplomáticas entre los estados. Desde que inició sus funciones el gobierno argentino mantiene su dura postura contra “La dictadura chavista comunista”.
La segunda del día siguiente donde se la ve en una foto a la ministra de relaciones exteriores en el centro de la escena en sesión extraordinaria de la OEA (Organización de Estados Americanos) en su sede en Washington DC, Estados Unidos. El objetivo de la sesión fue el análisis de los resultados electorales en Venezuela y fue convocada a pedido de Argentina, Canadá, Chile, Costa Rica, Ecuador, Estados Unidos, Guatemala, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay.
Por su parte la canciller Mondino resaltó el carácter fraudulento de las elecciones venezolanas con declaraciones contundentes ya que cuando se pone en jaque la voluntad popular no puede haber medias tintas ante lo ocurrido en el proceso electoral y se debe actuar. La OEA en cuanto organismo internacional se vuelve en la práctica un lugar de trama de operaciones contra gobiernos ajenos o contrarios a sus intereses. Un muestreo de ello fue su forma de actuar ante Bolivia luego de las elecciones de 2019.
La tercera y cuarta del 1 de agosto hablan de la salida del personal diplomático y del personal de la embajada argentina en Venezuela. Uno de ellos informa de la salida del personal diplomático, agregados militares y agregado administrativo que trabajaban allí añadiendo que eso ocurrió por orden del presidente de Venezuela Nicolás Maduro como corolario de la postura de Argentina de no reconocer e impugnar el resultado electoral venezolano.
La cuarta noticia explicita el abandono de los funcionarios diplomáticos, consulares y agregados de defensa argentinos que brindaban sus servicios en la mencionada embajada. Según este comunicado esto aconteció por intimación del gobierno venezolano el pasado 29 de julio. A raíz de ello el gobierno argentino solicitó a Brasil que se haga cargo de salvaguardar los locales de la misión argentina en Caracas, conteniendo la Embajada y la Residencia Oficial, sus bienes y archivos y la protección de sus intereses, y los intereses de los nacionales argentinos en Venezuela. Dos noticias que podrían haberse unificado. La diplomacia del gobierno argentino habla de más cuando no es necesario.
La quinta y (hasta ahora) última noticia de la impredecible cancillería argentina del pasado 2 de agosto expone que la Argentina es uno de los primeros países en no reconocer el resultado de las elecciones venezolanas. Más de lo mismo. Otra vez la cancillería incurre en el vicio de repetirse de manera innecesaria. En cuarenta años de democracia la diplomacia argentina se caracterizó por priorizar las buenas y sanas relaciones con los países de la región y el mundo, propiciando el diálogo y las negociaciones en distintos contextos más allá de diferencias y adversidades. No es así con el actual gobierno.
Conversar y negociar para acordar
A fines de 1983 Argentina recuperaba su democracia y Brasil lo haría dos años después. Un 30 de noviembre de 1985 aconteció la Declaración de Iguazú. El gobierno argentino era presidido por Raúl Alfonsín y el brasileño por José Sarney. Ambos gobiernos habían atravesado dictaduras cívico militares que tras años de oscurantismo necesitaban establecer relaciones dentro de las reglas de juego del estado de derecho. La Declaración propiciaba la cooperación entre los dos países con el objetivo de armonizar sus sistemas económico-políticos.
Los dos países pactaron la creación de la Comisión Mixta de Alto Nivel para la Integración entre Brasil y Argentina. Este hecho diplomático político mostró unidad en un contexto donde todavía estaban frescas las adversidades, sin embargo, a pesar de ello hubo voluntad de cooperación entre un país y otro. Era necesario trabajar no sólo por la cooperación, sino por la integración entre los países hermanos. El gobierno de Alfonsín estuvo a favor de la integración regional. Desde su lugar abogó por la estabilidad y la paz entre los países. Una de sus prioridades fue garantizar la paz con Chile.
El restablecimiento de la relación entre Argentina y Brasil fue posible gracias a la recuperación de sus sistemas democráticos. El 29 de julio de 1986 se firmó el Programa para la Integración Argentino-brasileña. Se trató de un acuerdo bilateral para promover un área económica común que propenda a la apertura de los mercados de ambos países y el incentivo a la complementariedad gradual de los actores empresariales de cada nación a los nuevos escenarios de competitividad. En 1988 se certificó el Tratado de Integración, Cooperación y Desarrollo que tuvo como meta anular las barreras tarifarias al comercio de bienes y servicios y a la modulación de políticas macroeconómicas.
Para fines del año 1989 las ideas de cooperación e integración bilateral entre Argentina y Brasil empezaban a allanar el camino a la cooperación e integración regional. En ello fue destacable el afianzamiento de las democracias en los demás países de la región en pos de unir fuerzas para trabajar por la cooperación e integración regional. Todo este derrotero de hechos políticos diplomáticos sentó las bases de lo que dos años más tarde se concretaría en el MERCOSUR (Mercado Común del Sur).
En 1991, un 26 de marzo se firmó el Tratado de Asunción. Los países que participaron del mismo fueron Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. Allí nació el MERCOSUR. Fue un acontecimiento diplomático político y no sólo económico y mercantil. Cuatro jefes de estado de cuatro países se reunieron para conversar y negociar más allá de los intereses nacionales. Las rivalidades por estos intereses no son tema de este escrito. Lo que importa es la intencionalidad de priorizar intereses internacionales de países hermanos que con sus diferencias pudieron acordar la creación de un organismo que tiene más de treinta años.
En 2005 se le dijo No al ALCA (área de libre comercio de las Américas). Era un tiempo donde la región estaba fuerte y varios de sus países tenían gobiernos nacionales y populares en un contexto donde la gran potencia del norte occidental estaba más metida en la región medio oriente librando su guerra contra el terror que en la región Latinoamérica-caribe, su histórico “patio trasero” que en el siglo XX fue su escenario de puesta en práctica de golpes de estado y dictaduras cívico militares en connivencia con sectores militares y civiles locales que apoyaban y se alineaban ideológicamente con los intereses de las potencias del lado occidental del mundo de entonces.
En la cumbre del ALCA Néstor Kirchner como presidente de Argentina, Lula Da Silva de Brasil y Hugo Chávez de Venezuela se volvieron protagonistas al criticar con dureza públicamente al gobierno de George W. Bush que fue uno de los más relevantes asistentes/participantes. En esa cumbre se echó por tierra un sueño americano que de americano sólo tenía el nombre. Las conversaciones y negociaciones entre los gobiernos de la región sirvieron para frenar un proyecto ajeno o contrario a los intereses nacionales y regionales. Una vez que gobernaron modelos políticos que jugaron en contra de estos intereses rechazaron lo hecho por quienes los precedieron, pero estos dejaron asentado un precedente.
Los gobiernos de la región -como el de M. Macri en Argentina, el de J. Bolsonaro en Brasil, por citar solo dos- más alineados a las potencias occidentales del mundo no dejaron de conversar y negociar entre ellos y con otros. Ambos quisieron romper relaciones con China y no pudieron hacerlo. Políticas de estado que trascienden gobiernos lo impidieron. Estructuras por sobre las coyunturas. Intenciones que se traducen en política exterior, en relaciones internacionales vacías. No se pueden dejar de lado las ideologías, pero los gobiernos mencionados no las pudieron contener y no priorizaron políticas reales que mejoren las relaciones entre estos países con los demás de la región y con una de las más grandes potencias del mundo actual.
Las disputas del gobierno de M. Macri y del de Bolsonaro en contra del MERCOSUR al cual intentaron eliminarlo y en su lugar crear el PROSUR no fue más que un interés sobreideologizado carente de realismo político. La política internacional necesita de realismo político para concretar ideas y proyectos que beneficien a pueblos y países en juego. El exceso de ideología solo lleva a un idealismo inútil que se traduce en una política real que no se sostiene más allá del corto plazo.
La política exterior e internacional del gobierno argentino en curso marcha por ese camino. De seguir así y por cómo va es más que probable que continúe rumbo a peor. Otra vez la realidad demuestra ser más fuerte que la ideología absurda de un gobierno que hace de ella una política de estado dogmática que atenta contra intereses nacionales y regionales de unidad, cooperación e integración.
* Profesor en Filosofía (Universidad Nacional del Nordeste). Magíster en Relaciones Internacionales (FLACSO).
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