POR Diego Luciano Mazzella*
Un malestar recorre el mundo y nos acosa a todos. Es curioso: a pesar de que la sociedad y la cultura contemporáneas han llevado el diagnóstico psicoemocional a niveles sin precedentes, asegurando que estamos en un camino ascendente hacia una mayor consciencia, en realidad, somos más infelices que nunca. Y a esto se suma un plus de angustia: las causas de nuestras aflicciones se ocultan en lo más profundo de nuestro ser. Hoy en día estamos inundados por una multitud de profesionales espirituales: coaches, guías, maestros, gurús y canalizadores, todos ellos promoviendo innumerables métodos de superación personal y crecimiento espiritual. Las redes son un campo minado. Sólo ver Instagram alcanza para atosigarse con reels de recetas saludables (hay miles de dietas), métodos para tener más energía por las mañanas, personas de aspecto más que hegemónico “motivando” con videos donde muestran que tienen tiempo para vivir en el gimnasio y plata para merendar salmón. A esto se le suman milenarios sistemas de crecimiento espiritual ahora puestos al servicio de una maquinaria que lo que busca en realidad es que seas más feliz produciendo. El budismo, lamentablemente, es quizás el más afectado por este fenómeno. Todas las joyas y tesoros que el Buda consiguió no haciendo nada debajo de un árbol (luego volveremos con esto), hoy fueron vaciadas de contenido y recicladas en el mindfulness, la meditación antes de salir a trabajar, un vegetarianismo que aminora la culpa pero no cultiva la compasión (que no es sólo a los animales), y así podría seguir enumerando aquello que todos vemos a diario. El neoliberalismo fue muy talentoso en construir un bálsamo espiritual para el daño enorme que hace en nuestras consciencias. Pero más eficaz fue en transferirle a la gente la culpa por la angustia que en realidad su sistema de producción, en gran medida, genera. Porque claro, si no estamos ahora tomando un mojito en Cancún es porque nuestros pensamientos están mal planteados por culpa de una abuela que nos crio con un discurso de carencia, en consecuencia “vibramos bajo” y no logramos atraer viajes, pareja o amigos geniales. ¿No ven? Nosotros tenemos la culpa, y hay que buscar ya mismo la causa. No gozar no es una opción. Pero no nos preocupemos, existen una variedad de métodos que se ofrecen para explorar nuestrasupuesta falta de éxito. Entonceshacemos registros akáshicos para ver qué rana pisamos en otra vida y hoy nos cobra el golpe, o constelamos nuestra familia. Consultamos el I Ching (sin paciencia por sus metáforas) o mejor le pedimos a una amiga que nos tire las cartas. Pero que no se mal interprete, no hay nada malo en autoexplorarse, en conocerse a uno mismo, en indagar la sabiduría infinita que estos métodos milenarios ofrecen para que crezcamos. El problema es que nos hacen creerque todos tenemosun problema, y que somos los culpables únicos de esto. Pero, permítanme decirles, por el lado de la superación personal no es. Hay otro Camino. En su obra “Cómo leer a Lacan”, el filósofo y psicoanalista esloveno Slavoj Zizek define al neurótico obsesivo como alguien que frente a su analista habla constantemente, reflexiona sin parar, cuenta sus sueños, inunda con anécdotas, etc. Su incesanteactividad mental se sostiene por el miedo subyacente de que, si hace silencio, el analista le haga la pregunta que lo pondría en crisis. En otras palabras, el neurótico habla para mantener al analista callado, para ocupar el vacío del lenguaje. En la vida cotidiana el neurótico no puede dejar el celular, aunque se crea capaz no puede pasar un momento sin hacer nada, en actitud pasiva-contemplativa. No puede permitirse escuchar su propia voz y, menos aún, enfrentarla. Frente a esto, Zizek propone como tratamiento a la neurosis obsesiva el "retirarse a la pasividad" como un primer paso paralimpiar el terrenomental para la auténtica actividad. ¿Qué significa esto? Es plantear un momento de descanso y vacío que nos ayude a reorganizar la escena de la mente.1
Esta visión nos refiere al concepto de renuncia en la obra del psicoanalista Jacques Lacan, quien la define como el acto mediante el cual el sujeto abandona la omnipotencia imaginaria y acepta las limitaciones y restricciones del orden simbólico en el que está inmerso. Es decir, una acción que implica la aceptación de la falta y la renuncia a la ilusión de completud y omnipotencia.
Con lo dicho anteriormente, tanto Lacan como Zizek nos ayudan a problematizar la actividad compulsiva, por ejemplo, aquella que busca “sanar” o “conocerse a sí mismo”, o afirmando que “si lo deseamos correctamente, se nos manifiesta”, lo cual no lleva a otra cosa que a la desmesura del ego que se ve empoderado como un Dios creador al estilo del Génesis bíblico. Lo que estos psicoanalistas nos demuestran es que en realidad esta actividad opera como obstáculo de lo que pretende lograr, es decir, evita ese silencio y vacío necesario para que se manifieste la voz de las propias necesidades.
Chuang Tsé, célebre filósofo taoísta, posiblemente conocido en nuestro país por su famoso “cuento de la mariposa”2 el cual es levantado por Borges en su “Antología de la Literatura Fantástica”, nos dice de manera mucho más sencilla aquello que Zizek y particularmente Lacan tratan de comunicar con su lenguaje denso y elusivo: “no se encuentra la felicidad hasta que no se deja de buscarla”3.
Es quizás esta frase del genial maestro chino lo que impide que el taoísmo filosófico sea invitado a la fiesta de la New Age, o que no haya ningún coach que recomiende leer (completo) el Tao Te King de Lao Tsé como forma de sentirse mejor. ¿Cómo puede ser que no se un método infalible para mejorar el esfuerzo, el sacrificio y la actividad, como si fuésemos una suerte de obrero de fábrica espiritual?
No obstante, el neoliberalismo es muy efectivo y el Tao no se pudo salvar de algunas apropiaciones, aunque sean sólo de superficie: el yin y el yang es ya un símbolo universal como la cruz, comunicando aquello del equilibrio de los opuestos; la idea de flujo con la naturaleza, de ser contemplativo. Y hasta ahí nomás llega, no sea cosa que seamos arrastrados por este agujero negro filosófico capaz de deconstruir a la deconstrucción misma, y donde encontremos que el modelo de sabio resulte peligroso para la lógica socio-económica imperante.
Es que para el taoísmo la contemplación no es un anciano maestro mirando el arroyo con cara de tonto, con una sonrisa impostada, creyendo que todo va bien porque está en paz consigo mismo. Al contrario, en la literatura taoísta podemos encontrar que sus personajes son todo lo contrario a modelos de virtud: delincuentes, gente deforme, carniceros, inválidos, pasando por árboles, animales y seres de forma inasible.
El sabio taoísta es una persona o ser que ha abrazado la idea de ser completamente inútil (o mejor dicho a-útil) por el hecho de entender la superioridad del proceso cósmico donde estamos inmersos, por lo cual no hay nada más insensato que oponerse -de frente- al curso de las cosas. El sabio taoísta transforma, pero no trastoca. Quién sigue el camino del Tao4 interpreta su flujo de acción, se coordina con él, y ahí ve dónde dicho devenir lo lleva y, así, trata de navegarlo cual capitán de barco a vela. ¿Esto quiere decir que es un sumiso al destino? ¡Todo lo contrario! En China el taoísmo ha sido siempre asociado con la idea de rebelión, de cambio. Entonces, ¿cómo puede una filosofía así producir cambios? Pues actuando sólo ahí donde hay desequilibrio, es decir, “restaurando el flujo del Tao” allí donde se ha impuesto la excedida mano del hombre como intervención feroz en el curso natural de las cosas.
¿Pero qué es el flujo natural de las cosas en una sociedad? Podríamos aventurar que es cuando las necesidades de todos están armonizadas, tanto a nivel material, social como político. Cuando hay tiranía, cuando unos pisan a otros, cuando se condena al pueblo a la explotación y la marginación, cuando se depreda desmedidamente a la naturaleza, ahí el Tao no fluye. Quizás esto sea un llamado, más que al dejar hacer-dejar pasar, a la construcción de la Justicia Social.
¿Cuál es la propuesta que nos da el Tao? Detener la búsqueda espiritual.
¿Cuál es el próximo paso? No darlo. El ejercicio que nos propone esta filosofía es encarar la aventura del autodescubrimiento desde una contemplación que nos revele la clave de la propia vida, lo único trascendente a descubrir: nuestras necesidades. Frente al bombardeo actual de la autoayuda, el taoísmo nos ayuda a darnos cuenta de que esa búsqueda frenética de métodos y conocimientos no hace más que echar capas y capas de confusión.
El sabio no es alguien que sanó todos sus problemas, ni levita en el aire, ni se las sabe todas, tampoco es medida de virtud para los demás. Sino que es, simplemente, alguien consciente de sus talentos y limitaciones, pero también alguien que sabe qué quiere en cada momento y lugar. Sólo eso. Si no sabe nadar, no se tira al agua (eso no quita que aprenda algún día, pero si no aprende no pasa nada). Trata de asistir sólo a los lugares donde siente que naturalmente encaja y fluye, sino no va. Si no puede levantarse a las 5 de la mañana para meditar y hacer gimnasia y leer, no hay problema, se levanta a las 10 y desayuna algo o directamente almuerza, y sigue su día sin sacar conclusiones de cómo lo empezó. Si se acuesta tarde o temprano le da lo mismo, porque se adapta a la necesidad de cada día. Ayuda cuando quiere y cuando no quiere, no ayuda. Hace ejercicio cuando siente que lo necesita, sino se contenta con caminar más.
¿Al neoliberalismo le sirve este modelo de persona? Saquen sus propias conclusiones.
* Diego Luciano Mazzella es politólogo por la Universidad de Buenos Aires. Dirige el Consejo de Jóvenes Profesionales del Instituto Internacional de Derechos Humanos, capítulo Americano, y es miembro del Centro de Estudios para el Desarrollo Integral.
1 Cómo leer a Lacan, Slavoj Zizek, Ed. Paidós.
2 El cuento dice: “Chuang Tsé soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Chuang Tsé que había soñado que era una mariposa, o si era una mariposa y estaba soñando que era Chuang Tsé”.
3 “El Camino de Chuang Tsé”, Thomas Merton, Ed. Trotta.
4 Redundancia, ya que la traducción de tao es “camino” o “vía”.
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