POR Sebastián Pasquariello
Las estimaciones de organismos internacionales como la OCDE y el FMI comienzan a vaticinar una fuerte crisis producto de la expansión del Covid-19 por el mundo. Inevitablemente, se hace referencia comparativa con las grandes crisis del pasado, al punto de que se estima vivir la peor recesión desde la Gran Depresión de la década de 1930. Los efectos de la recesión del año 2008, que todavía no habían sido del todo superados, se profundizarían así en su gravedad.
La comparación con la década del ‘30 del siglo pasado, sin embargo, no debe traer solamente malos recuerdos. Es cierto que esta crisis representó un gran problema para el sistema capitalista mundial y el consenso liberal sobre el que se sustentaba. En un contexto en el cual se consolidaban alternativas como el comunismo en la URSS, el capitalismo caía en la crisis más grave que había conocido hasta entonces. Los números del país más afectado, nada menos que Estados Unidos, son elocuentes. Su PBI pasó de 81 billones de dólares en 1929 a 38 billones en 1932. Para 1933, por su parte, había 13 millones de personas sin trabajo y sin ningún tipo de protección social. La desocupación había pasado del 3% en 1929 a casi el 25% en 1933, manteniéndose hasta 1935 en un 20%.
Pero, paradójicamente, esta crisis también representó, a la larga, una oportunidad. El mundo del pensamiento económico aprovechó las circunstancias para hacer notar las falencias de una economía capitalista liberada a las fuerzas del mercado. Es que la falta de control había generado una fuerte especulación de quienes concentraban la mayor parte de la riqueza, en un contexto de creciente desigualdad de los ingresos. El Estado aparecería entonces como la herramienta fundamental que, mediante una política intervencionista, podría corregir los desmanes del proceso económico. Un verdadero cambio de paradigma, por ende, se consolidaría tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el consenso en torno a las políticas del Estado de Bienestar se fortalecería. El mercado, sin dejar de funcionar, delegará muchas de sus facultades a un poder político que logrará expandir la educación, la salud y el empleo al conjunto de sus poblaciones.
Lo notable de todo esto es que una serie de catástrofes de la historia humana fueron las causantes del cambio cultural en el siglo XX. El derecho de las mayorías a disponer de los bienes necesarios para una vida digna se alcanzó, así, como una fuerte lección ante la tragedia. La situación del presente amerita que se aprenda de este singular pasado.
Desde finales de la década de 1970, sin embargo, el paradigma del Estado de Bienestar comenzó a ser fuertemente cuestionado y la expansión de los servicios públicos de salud, educación, trabajo y vivienda fue apuntada como causante de los problemas económicos. Lamentablemente, estas ideas lograron expandirse a nivel global, dando forma a un paradigma neoliberal que sumergiría al mundo nuevamente en un frenesí individualista y especulativo. El mercado recuperaría en gran parte del planeta sus atribuciones, dejando a los servicios de salud como una mera mercancía más. Inevitablemente se sucederían, de ahí en más, una serie de sucesivas crisis económicas que, finalmente, desembocarían en la peor de todas, en el año 2008. La posibilidad de un cambio de rumbo se abriría nuevamente ante los ojos de la humanidad. Y no obstante, el neoliberalismo parecerá salir indemne del golpe, resistiendo con fuertes endeudamientos y a costa de lograr una recuperación total, al menos hasta el presente.
Hoy, una nueva catástrofe global de diferentes características parece poner en jaque al neoliberalismo triunfante. En una sociedad en la cual la velocidad de los acontecimientos parece detentar un carácter inusitado, comienzan ya a verse indicadores de un nuevo paradigma. Los gendarmes mundiales de la política económica ortodoxa-liberal son quienes rápidamente parecen virar en sus recetas. El FMI, por ejemplo, está proponiendo desembolsar 1 billón de dólares para ayuda de emergencia a los países afectados. El Banco Mundial, por su parte, no solo liberará 150 mil dólares sino que solicita a países acreedores que permitan a las naciones más pobres suspender todos los pagos de la deuda bilateral mientras luchan contra el virus. La OCDE ya habla de la necesidad de un “nuevo Plan Marshall”, bajo la premisa de que solo se saldrá de la crisis con una acción “colectiva”.
Hasta el Presidente Francés Emmanuel Macron, quien hasta hace pocas semanas era blanco de fuertes protestas por sus reformas neoliberales, es quien hoy libera una ayuda económica de 300 mil millones de euros, al tiempo que admite que la salud pública y el Estado de Bienestar son “bienes preciosos” que deben estar fuera de las leyes del mercado.
Parece difícil imaginar que una vez superada la situación actual se sostengan impolutas las recomendaciones del FMI a sus países deudores sobre recortes presupuestarios en salud. Algo que, lamentablemente, se recordará, padecimos los argentinos tan solo un año y medio atrás, cuando el Ministerio de Salud pasó a rango de Secretaria, perdiendo evidentemente fuertes sumas en su presupuesto. Tampoco se insinúa posible ver a Macron insistir en rebajar las pensiones de los jubilados franceses, en vez de considerarlas como un aspecto más de su preciada “joya de bienestar”.
En realidad, otro escenario es el que parece vislumbrarse. Así como la Gran Depresión del ‘30 empezó a convencer de la necesidad del Estado como regulador de la economía y garante de bienes esenciales, el impacto del Covid-19 está comenzando a despertar un cambio de paradigma. El fuerte desarrollo de la cultura del individualismo extremo y de la “mercantilización del todo” hallan en una pandemia mundial los límites de su destructiva acción. El Estado aparece nuevamente como un actor necesario para contener la situación y poder garantizar a los ciudadanos del mundo los cuidados necesarios ante la enfermedad. La solidaridad y el bienestar general deberán ser las bases sobre las cuales edificar la nueva manera de ejercer el poder político y la vida social. Resulta lamentable que sea una tragedia la que dispare esta posibilidad, pero estamos a tiempo de que se lleve adelante de la mejor manera posible. Y eso, gracias al conocimiento del pasado y de las lecciones que este nos permite extraer.
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