Soldados "Bóxers". Fuente: CC para Historia. National Geographic
Por Daniel Camargo *
El desarrollo contemporáneo de China es consecuencia y causa de una rica historia milenaria. Su civilización, una de las más antiguas y poderosas de la especie humana, fue producto de colosales dinastías que se sucedieron compleja y cronológicamente en el poder hasta principios del siglo XX. Con una impronta indeleble por la presencia del expansionismo colonialista occidental y del imperio japonés, el siglo XIX e inicios del XX, serán el telón de fondo para el progresivo y paulatino declive de la dinastía imperial Qing. Por consiguiente, la decadencia de la China imperial vino aparejada al desarrollo industrial, militar y económico de las potencias europeas y el profundo impacto de la empresa colonial nipona. La expansión de los países occidentales estimulado por sus ambiciosos intereses comerciales tras la contundente y lapidaria victoria en las dos guerras del opio, fueron elementos externos y foráneos que aceleraron el declive del estado dinástico. En el corto plazo, las distintas rebeliones y las protestas populares que tuvieron lugar a mediados del siglo XIX no fueron exitosas; sin embargo, su resultado -entendiéndolo como un proceso acumulativo-, cumplieron un papel fundamental en el posterior colapso y desintegración de la dinastía Manchú. Durante el contexto decimonónico, el gigante asiático presenció movimientos populares armados, desde estallidos violentos protagonizados por sectores populares contra poderosos terratenientes, así como el violento accionar contra contingentes militares extranjeros (siendo el incidente de San Yuan Li en el año 1841 un ejemplo de ello: una patrulla de soldados ingleses luego de saquear dicha región, profanar tumbas y golpear a un grupo de mujeres, tiene que enfrentarse a aldeanos y vecinos que deciden organizarse para hacerles frente y expulsarlos de la región), hasta la trágica guerra civil causada por la rebelión Taiping. A finales de siglo, el levantamiento de los Bóxers fue una clara señal del repudio de los sectores subalternos frente a la influencia extranjera en el comercio, en la política, en la religión y en la administración en el transcurso de los últimos 50 años. Según Evans (1989), mientras que en el transcurso del siglo XIX ninguna rebelión o movimiento popular logró cumplir con sus objetivos fundacionales, el efecto concentrado de las movilizaciones y rebeliones populares fue fundamental para los posteriores desarrollos revolucionarios del siglo XX. El Partido Comunista y la República Popular, rinden tributo a sus antecesores del siglo XIX como aquellos que dieron inicio a la lucha de clases en favor de los desposeídos (p. 66). Dicho lo anterior, esta nota concentra sus objetivos en describir la influencia extranjera en los movimientos y rebeliones populares que se formaron a mediados del siglo XIX. Para cumplir los objetivos pautados, esta exposición hará hincapié y utilizará la descripción y periodización realizada por Harriet Evans en su obra La Historia de China desde 1800. Es también de gran aporte el trabajo de Alan Peyrefitte, El imperio inmóvil, o el choque entre dos mundos, el cual ofrece una clara perspectiva de las relaciones del imperio Quing con países extranjeros a mediados del siglo XIX.
La situación inicial: el imperio inmóvil
La carta de respuesta del emperador Quianlong al rey Jorge III del año 1793, es un documento de invaluable importancia histórica que da cuenta de los inflexibles códigos y ritos del imperio celestial en su posición frente a los pueblos extranjeros. En esta brillante respuesta epistolar, el Emperador Manchú deja muy en claro su desinterés por ampliar las redes de comercio con la Corona Británica, no sólo porque encuentra fútiles las mercancías occidentales, sino por las consecuencias aparejadas que esto significaba para el imperio celestial respecto a la Europa continental y su expansionismo comercial. En el contacto entre estos dos mundos, la importancia de lo ritual y protocolario queda muy bien expuesto en las palabras de Peyrefitte (1990): ¨A Jorge III que quiere difundir la tecnología de punta británica e intercambiarla con las técnicas chinas, normalizar el comercio en Macao y Cantón y ampliarlo a otros puertos, mejorar las condiciones de la residencia de los europeos, abrir nuevos mercados, se le negó todo debido a la costumbre secular. Imposible introducir cambios en lo que está codificado, Imposible abrir lo que está cerrado bajo candado. No cabe duda de que nunca se vio una sociedad más inmóvil, ni más cerrada¨ (p. 341)
El opio cambió todo.
A principios del siglo XIX el Imperio Chino exportaba seda de muy valiosa calidad, hermosas porcelanas de muy fina elaboración, enormes cantidades de su famoso té, muebles y otra serie de productos a Gran Bretaña. Por su parte, China no quería comprar nada. En este contexto, contrabandistas ingleses impulsados por su insaciable afán de lucro, expandieron y profundizaron la adicción al opio en la sociedad china. Según Peyrefitte (1990), entre 1813 y 1833 China dobla sus exportaciones de té, pero cuadruplica sus importaciones de opio (p. 587). El año 1836 marcará el primer momento de la dinastía Manchú, donde su balanza comercial es negativa en su relación con Gran Bretaña (p. 591). La comercialización del opio es vista de manera muy distinta, según las diferentes cosmovisiones enfrentadas: la corte Quing considera urgente y necesario erradicar el consumo de la potente droga y vedar la presencia británica en el comercio y su influencia en la población local. Para la corona británica por su parte, aquello se entiende como una prohibición al derecho sacrosanto a la libertad de comercio y de la libre empresa. En esta irreconciliable comprensión sobre el importante tema del opio, cada civilización se cree la primera y más poderosa en el mundo. China nunca antes había establecido relaciones ni vínculos de igualdad y mucho menos de inferioridad con ninguna otra nación debido a su cultura, códigos, tradiciones, grandeza política y territorial. Gran Bretaña, como afirma Peyrefitte (1990), tras haber realizado ejercicios de inteligencia militar, estaba muy seguro de su superioridad técnica y estratégica frente al ejército de la dinastía (p. 589).
La modernidad capitalista hará su introducción en China para controlar la producción y distribución del poderoso estupefaciente. La superioridad industrial militar de la corona británica, corporizada en la marina real, clavará sus garras sobre el cuello del Dragón asiático dejándolo herido de muerte. Finalizadas las guerras del opio (1840-1842 y 1856-1860), los códigos y rituales que antaño habían protocolizado la forma de relación del imperio celestial con naciones extranjeras, ahora no eran nada más que letra muerta. Tras la humillante derrota, la dinastía se vio obligada a aceptar ¨ los tratados desiguales ¨, lo cual daría inicio al periodo conocido como ¨el siglo de la humillación¨. Es necesario entender la larga lista de concesiones, condiciones y la enorme cesión de terrenos que estuvo obligado a pactar la dinastía manchú con las distintas naciones occidentales que se dividieron el botín, como parte de la imposición de la diplomacia moderna por parte de los países vencedores. La corte se vio obligada a hacer política externa de una manera que no corresponde ni con su tradición administrativa, ni con su cosmovisión como imperio celestial. Las señales del fin de la era imperial, empezaban a dibujarse en el horizonte para la dinastía Manchú.
El movimiento Taiping
Entre 1851 y 1864 Hong Xiuquan, un campesino que se considera el segundo hijo de dios, se levantó contra el Imperio Qing con el objetivo de fundar el Reino de Dios en nombre del cristianismo, fundamentado en una compleja combinación de elementos igualitaristas de la tradición campesina y la influencia cristiana. El movimiento taiping significó un punto de inflexión frente a las antiguas tradiciones de la rebelión popular. El contexto político y las difíciles condiciones económicas y sociales en las que se desarrolló el movimiento, mezcló en su seno de conflictos de distinta naturaleza: el antimanchuismo proclive a la restauración de la dinastía Ming, el antiextranjerismo que se representaba como una suerte de protonacionalismo, la enorme influencia de la doctrina cristiana, la igualdad de género y la abolición de las clases sociales. El credo de los “adoradores de Dios”, ofrecía un mundo equitativo y armonioso, en donde todos eran iguales ante sus ojos. El acelerado desenvolvimiento del movimiento taiping se explica por el inmenso atractivo de su filosofía y mensaje entre los sectores subalternos y marginales de la sociedad, que por su precaria condición económica eran proclives a oponerse al orden establecido.
La rebelión liderada por Hong Xiuquan puso en evidencia la gravísima crisis que atravesaba China a mediados del siglo XIX y su importancia está expresada en la experiencia que brindó a los posteriores movimientos armados del siglo XX. Evans (1990) afirma: ¨cómo movimiento de transición, que sirvió de puente entre la rebelión campesina tradicional y la del siglo XX, las implicaciones del movimiento Taiping fueron mayores de lo que encierra su corta vida. Si bien dentro del contexto del siglo XIX sus elementos arcaicos y tradicionalistas predominaron finalmente para determinar su destino, al mismo tiempo sentó un precedente histórico para el que el PCCH, desarrollara una estrategia de revolución rural¨ (p. 90).
En julio de 1864, el ejército imperial liderado por el general Zeng Goufan, recuperó Nankin, la ciudad que los insurgentes habían consagrado como su capital, después de lo cual cerca de 100.000 rebeldes fueron asesinados. Esta masacre señalo el final de la guerra civil, que costó según la fuente estudiada, entre 20 y 30 millones de vidas. Lo que inició como una pequeña rebelión al sur, muy rápidamente evolucionó hacia una rebelión de dimensiones continentales. Esta crisis evidenció la dificultad de las grandes distancias para controlar el imperio. La guerra civil iniciada por el movimiento taiping también mostró la enorme influencia de las ideas provenientes de occidente y su potencial para cambiar a china de manera ineludible.
El levantamiento de los Bóxers.
La rebelión de los Bóxers fue un claro repudio a las intervenciones políticas y económicas de las potencias coloniales. Este descontento contra los invasores extranjeros se desarrolló durante las humillantes guerras del opio. Durante la ocupación militar extranjera y como respuesta a la violencia ejercida contra la población local, en el año 1900 la embajada alemana fue ocupada y asesinado el embajador Clemens Ausgust von Ketteler. Este hecho fue el catalizador de un periodo muy complejo para China, caracterizado por mayor presencia militar extranjera y más violencia contra sus pobladores, lo cual culminó una vez más, en la firma de un tratado humillante para el imperio, que se veía obligado a pagar inconmensurables reparaciones.
La xenofobia contra europeos y nipones estaba muy extendida y generalizada. El casus belli qué implicó el asesinato del embajador alemán, movilizó a los ejércitos de la alianza de las ocho naciones, con el objetivo de diezmar a los rebeldes y recuperar las embajadas bajo asedio. Los enfrentamientos terminaron cuando la emperatriz Cixi firmó el protocolo bóxer o tratado Xinchou, un nuevo tratado desigual pactado con los países. A pesar de los elevados y estrictos costos fijados por las potencias coloniales, el tratado permitió a la corte imperial continuar en el poder.
Conclusión
Los conflictos sociales del siglo XX, desarrollan el núcleo de los conflictos incubados durante el siglo anterior. Especialmente se tratará de rebeliones protagonizadas por sectores subalternos -principalmente los campesinos-, con un fuerte sentido nacionalista, permeados por una nueva influencia occidental, como lo será el marxismo a partir del triunfo de la vecina revolución bolchevique en 1917, el cual reforzará política e ideológicamente las rebeliones campesinas, las cuales sin embargo, tendrán su principal fortaleza y cohesión social y afectiva, en el poderoso sentimiento nacionalista atropellado por el colonialismo europeo y nipón. Tal como Benedict Anderson analizara los conflictos en la península indochina en los años setenta del pasado siglo, que enfrentaba a países cuyas dirigencias profesaban todas ideologías comunistas, concluía que las guerras se explicaban por el nacionalismo, el cual definía como una fuerza de cohesión social más poderosa que los racionales argumentos ideológicos.
Los crímenes nipones durante la invasión de Manchuria y la Segunda Guerra Mundial, serían la última afrenta colonial que el agraviado nacionalismo chino tendría que soportar. Amalgamado el tradicional sentimiento nacional chino con el vigoroso arsenal marxista -prestigioso además al ser el soporte de la revolución bolchevique-, permitió dar el salto cualitativo necesario para triunfar en la guerra civil contra el Kuomintang y tomarse el poder hasta la fecha.
Lo que durante el siglo XIX pudo ser la expresión más o menos desesperada de los desposeídos, y la rebeldía innata del nacionalismo mancillado por los colonialistas, correspondía más a un sentimiento nacional que a un corpus sistemático y ordenado de ideas; hasta la propia conducción del desarrollo militar de un conflicto de tan vastas proporciones, no solamente por la complejidad de actores que involucraba sino por el gigantesco territorio que comprendía, precisaba también un desarrollo mucho más elaborado que la simple explosión de ira que intentara frenar la humillación colonial. El desarrollo militar de los ejércitos de inspiración marxista tiene en la figura del comisariato político por ejemplo, una figura clave para entender como el desarrollo bélico va parejo a un proceso creciente de concienciación política, que se traduce en la incorporación de criterios políticos e ideológicos radicales en la administración de los territorios bajo su dominio, consistentes justamente en imponer criterios igualitaristas y de ruptura frente al orden feudal existente. Por último, el prestigio de los ejércitos que asumieron el marxismo aumentó todavía más con la expulsión japonesa de China y el triunfo de la URSS en la Segunda Guerra Mundial, lo cual abrió las puertas para el triunfo de la guerra civil en 1949. Todos esos desarrollos, sin embargo, no podrían darse sin el impulso previo del sentimiento nacionalista y anticolonial de las rebeliones campesinas del siglo XIX.
* Licenciado en Ciencia Política (UBA). Su campo de investigación es la tecnología y el orden internacional.
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