El kirchnerismo, el “pejotismo”, la ortodoxia, el sindicalismo, y otros sectores de menor envergadura podrían ser nucleados dentro del enorme paraguas que representa la palabra “Peronismo”. Hace ya un tiempo prudencial que estas partes no logran encauzar un mismo frente electoral ¿No es la unidad una condición suprema del peronismo? Y esta unidad, ¿no está articulada y orientada en función de un proyecto político de país?
Es cierto que al hacer un análisis de largo plazo, hacia atrás y hacia adelante, dentro de la coyuntura, es decir, al escribir sobre el presente proyectando el futuro y recuperando el pasado, corremos el riesgo de errar en las conclusiones. Es por eso que nuestra intención, por más miedo a equivocarnos que tengamos, es la de poner en cuestión cierto sentido común que se reproduce sin cesar, y que de manera somnolienta puede un día despertarse con el partido terminado. Es cierto también que todavía el peronismo tiene chances de volver a gobernar la Argentina, no es este una análisis sobre su inmediata finalización como maquinaria para acceder al poder, sino del propio sentido que engloba un “¿para qué volver a gobernar?”, o mejor dicho “La Unidad”. ¿Para qué?
Una de las características más notables de la fuerza que supo conducir Juan Perón fue su mirada estratégica, un proyecto de país, aunando fuerzas que a priori parecieran antagónicas (Unidad). Resulta entonces preocupante que muchos de aquellos que se auto-perciben Peronistas no logren tender puentes entre sí. ¿Cómo podrían convencer a los de afuera?
La actual dirigencia tanto del Kirchnerismo, como del “Pejotismo” o del sindicalismo, salvo contadas excepciones, no se encuentra presentando un proyecto, no lo enuncia, no lo proclama, y podríamos pensar que tal vez no lo tiene[1], ergo, no lo convoca. ¿Se puede representar al peronismo sin mirada estratégica y sin vocación de unidad?
Algo realmente preocupante consiste en que el peronismo (es decir, sus partes) parece no haber realizado casi ninguna lectura de la derrota electoral del 2015, o en el mejor de los casos, lleva adelante lecturas sesgadas, parciales y hasta tendenciosas. Sus candidatos suelen ser los mismos que hace 8 o 10 años, por supuesto, “los más conocidos”, sus propuestas son las mismas (si es que hay alguna propuesta), no hay proyección a futuro y no plantean solución alguna a los problemas actuales. Lo único que recorre al peronismo como idea es que: “Es el único que puede domar a este ingobernable país llamado Argentina”. En ese sentido, nos preguntamos: ¿Alcanza con eso? ¿Acaso el propio gobierno de Cristina Kirchner no perdió la agenda política y económica post reelección de 2011? ¿Cuál es el proyecto de país que propone el kirchnerismo? ¿El que la gente ya rechazó? ¿Aquel del cual el candidato era “el proyecto”? ¿Qué proyecto entonces? El del pejotismo, ¿cuál es? Al sindicalismo, ¿le alcanza con cuidar su interés corporativo mientras lo que queda de la sociedad salarial sigue cayéndose a pedazos? La denominada ortodoxia, por su lado, enuncia “volver a las bases”, en una transposición casi mecánica del mundo bipolar post 1945 a un 2018 donde impera un capitalismo voraz financiero-transnacional.
Parece ser entonces que las dirigencias, o la dirigencia, como queramos verlo, no están preocupadas por el futuro del peronismo como fuerza política, como idea, como valor, como factor de cambio. Su casi único interés parece ser recobrar potencia electoral para eventualmente volver al aparato del Estado, al ejercicio del Gobierno. Si suponemos que el radicalismo ha dejado de existir como sistema de ideas bajo los conceptos comprendidos dos frases atrás y que su fecha de defunción quedó sellada en aquel encuentro de Gualeguaychú en 2015, donde se fundió en Cambiemos, ¿por qué no podría pasarle lo mismo al peronismo? Enumeremos:
No tiene un líder que unifique a todas las partes, buena parte de sus candidatos o dirigentes tienen más de 60 años[2], no presenta ideas innovadoras ni proyectos concretos para solucionar problemas reales y, en el caso de que tenga ideas o proyectos, tiene altísimas deficiencias tanto en materia de estrategia comunicacional para difundirlas como en la gestión de las mismas. Además, perdió las últimas tres elecciones que disputó y con resultados muy llamativos en la Provincia de Buenos Aires. Ya hemos rescatado un rasgo de la fuerza del “General”, su capacidad para aunar distintas fracciones, a menudo antagónicas, bajo una idea y un proyecto, una sucesión de haceres políticos (de tácticas) que iban en función a una estrategia, de un fin. Fuerzas que iban más allá del marco político. Fuerzas que hubo que “persuadir”, como le gusta decir a algunos pensadores. La estrategia de Perón incurrió en un “convenciendo al Capital”, dada la lectura de su discurso en la bolsa de valores, allá por el ‘44. Existe también otra noción, la de los años dorados del peronismo, la del 1er Plan Quinquenal. Es necesario saber que ese proyecto se agotó y fue echado por tierra por el propio Perón y que el golpe de Estado al gobierno del “Pocho” vino en el marco de su segundo Plan Quinquenal. Del que nadie habla. ¿En qué consistía éste?
Brevemente podríamos mencionar que ese 2° Plan Quinquenal pretendió dar un salto de calidad a nuestro aparato productivo que había recuperado industrias y empresas basadas en recursos estratégicos. El plan buscaba potenciar la industria del aluminio por electrólisis a partir de yacimientos de arcillas albuminíferas, fabricación de alcoholes superiores y motores diésel. Se dio un salto de calidad en la industria metalmecánica con el protagonismo del Instituto Aerotécnico y otros proyectos vinculados al desarrollo de la industria química y petroquímica. La dificultad para conseguir más divisas fue un escollo a este ambicioso pero necesario plan que tenía el Estado, pero no hay duda de que había objetivos y había un camino a seguir que incluía tecnificación, mano de obra cada vez más calificada, inversión y la idea de potenciar la industria pesada del País. Esa era la nueva etapa del proyecto que sí tenía el General Perón.
Sin embargo, el peronismo en la actualidad parece ser simplemente la sombra de esto, conducido por una vetusta clase política, a veces más decadente o a veces más formada. Por eso, tamaña representación la de Perón, allá en el setenta y tres, siendo elegido presidente con más del 60% de los votos y con un discurso que estaba a la izquierda de los sueños mojados de la izquierda trotskista de hoy en día. Este peronismo dista muchísimo de ese, aquel tenía una idea, un proyecto, una mirada estratégica, una política programática para solucionar los problemas sociales y económicos de la argentina. Recordando el segundo Plan Quinquenal, la estrategia era clara, incorporar la industria pesada a la cadena productiva argentina y así empezar el camino seguro para abandonar la dependencia económica y, sobre todo, superar la pesadilla que supone aún hoy (y más que nunca) el stop and go. Es cierto, hay que salvar las distancias, pero nos preguntamos: ¿quién propone algo así hoy en día? Al menos el Peronismo, en cualquiera de sus vertientes, parece no hacerlo. Es más, parece querer volver, rememorar, aquellos años dorados, aquello que, como mencionamos, el propio Perón dejó atrás. ¿Será hora de reivindicar el segundo gobierno de Perón?
Algo parece quedar claro y es que la actual generación dirigencial, conductora de las diferentes fracciones del peronismo, no será quien renueve una fuerza que necesita como combustible un proyecto estratégico, porque esta dirigencia no tiene proyecto estratégico de desarrollo nacional. No lo dice porque no lo tiene. Y si no lo tiene, ¿cómo podría aunar fuerzas aparentemente antagónicas? ¿Es posible la Unidad sin proyecto estratégico? Y en todo caso, ¿qué implicaría eso? ¿El peronismo depende única y exclusivamente de un liderazgo carismático que lo “salve”? ¿Será esta generación de veinteañeros-treintañeros la que se ponga al hombro la enorme tarea de refundarlo bajo nuevos preceptos, recuperando las nociones generales, pero operacionalizando en clave del siglo XXI? ¿Renovarán el peronismo las generaciones por venir, o simplemente lo dejarán morir? ¿Habrá un “convencer al Capital” del SXXI?
[1] El denominado “Kirchnerismo duro” si suele enunciar una vuelta al proyecto redistributivo, con un mercado interno fuerte y políticas sociales activas que caracterizó al periodo comprendido entre 2003 a 2015. Entendemos desde nuestro lugar, como señalaremos más adelante, que ese proyecto es insuficiente, no es sostenible en el mediano/largo plazo como proyecto de desarrollo económico/social y que fue producto en buena parte de la coyuntura política de aquel entonces y del contexto internacional.
[2] Ejemplos de esto son Cristina Kirchner (65), Hugo Moyano (74), Felipe Solá (68), Daniel Filmus (63) y Alberto Rodríguez Saá (69), por nombrar solo algunos.
Federico Adrián Retorta, Politólogo.
Franco Sasso Videla, Sociólogo.
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