POR Gustavo Ignacio Míguez
El político es un hacedor, un constructor con grandes objetivos,
con mirada amplia, realista y pragmática, aún más allá de su propio país.
Las mayores angustias de un político
no deberían ser las causadas por una caída en las encuestas,
sino por no resolver efectivamente
el fenómeno de la exclusión social y económica.
Papa Francisco, Fratelli Tutti.
Como ha señalado Ulises Bosia[i], la última encíclica del Papa Francisco, titulada Fratelli Tutti, tiene una estructura que “se emparenta con un género más familiar para el mundo político: la del Manifiesto. Un diagnóstico de la realidad del que emerge una propuesta de cambio, sobre la base de una serie de principios postulados por su autor”. Ese género discursivo es muy particular para la historia política reciente latinoamericana, y encuentra su más cercano antecedente –y también el más radical y acabado– en los “10 mandatos para enfrentar al capitalismo y construir la cultura de la Vida o del Vivir Bien”, texto del por entonces Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia Evo Morales conocido posteriormente como Manifiesto de la Isla del Sol por haber sido presentado el 21 de diciembre de 2012 en ese lugar de Copacabana.
Se trata de un ensayo fundamental y de lectura obligatoria para la comprensión de la historia sudamericana reciente –y no tan reciente–, y resultado de un complejo camino que cristaliza todo lo que los movimientos nacionales y populares que fueron protagonistas de la política americana la primera década del siglo XXI hicieron para “pensar otros recorridos modernos para América”. La expresión le corresponde al ensayista y docente Matías Farías, que en el volumen titulado Estados de la colección de libros titulada “desierto y nación” (Caterva) reseña ese período que se abre entre las crisis que, de manera no lineal, se desplegaron desde el Caracazo en Venezuela a la Guerra del Gas en Bolivia, pasando por el 2001 argentino. Ese devenir, todavía insospechado hacia fines de la década del ’90, puso “en entredicho lo que parecía el triunfo político cultural mayor del neoliberalismo: la idea de que la historia estaba clausurada y, con ello, cualquier alternativa a lo dado, esto es, a la modernidad dominante”. Su momento culminante, como sabemos, fue el “NO al ALCA”, que se instituyó como un lugar común para estas experiencias tan heterogéneas como los países que las cobijaron. Al respecto, en los emotivos homenajes populares al cumplirse una década del fallecimiento de Néstor Carlos Kirchner, una de las escenas más reconocidas fue esa reunión de los presidentes sudamericanos en Mar del Plata en el año 2005, probablemente porque como indica Farías cifró la “promesa de reparación social y una cierta voluntad de autonomía respecto a los mandatos del capital”, convirtiéndose en la semblanza más nítida de integración regional de la que se tenga memoria en toda nuestra larga posdictadura.
El Manifiesto de la Isla del Sol apareció luego como producto de esta saga regional: en él –seguimos aquí nuevamente al docente e investigador argentino–, el ex presidente boliviano –cuya fuerza política acaba de recuperar el poder producto del voto popular luego del Golpe de Estado encabezado por los sectores conservadores más reaccionarios de su país– “declaraba el ‘fin del pachacuti’, interpretado como el cierre del tiempo de la catástrofe inaugurada por la conquista”. De esta manera, se sentenciaba el inicio de una nueva era en que la Madre Tierra (una figura cuya filiación Farías remite a la saga de la “Madre América” de José Martí) se constituiría en el núcleo de un vasto programa de regeneración política y moral de la humanidad a partir de la recuperación de algunos temas centrales del socialismo indigenista, el “marxismo occidental” y las filosofías del “buen vivir”. De esta manera, y desde un logrado enfoque enteramente regional, América se presentaba al mundo disputando un lugar propio. Soberanía leída como el ya no ser comandados y comandadas por intereses exógenos: “una alternativa auténtica (en contraposición con las diversas formas de ecologismo) ante la entera crisis de la ‘modernidad occidental’ provocada por el capital financiero en su etapa neoliberal”.
Ahora bien, el inmenso valor de esta apuesta situada en Nuestra América, hecha carne y memoria en el pueblo que sigue luchando por su emancipación y la liberación nacional, exige también que se señalen los límites con que se encontraron nuestros gobiernos populares. Siguiendo una vez más la lectura de Farías, podemos remarcar como deudas de estos proyectos (definidos desde la posibilidad de una alternativa americana frente a la modernidad financiarizada dirigida por el gran capital trasnacional) lo siguiente:
“la inscripción dependiente de las economías nacionales en la economía mundial, prolongando y en ocasiones profundizando la matriz extractivista de nuestras economías; y la institucionalización de la movilización popular en conjunción con la condensación del poder en la persona representante del Estado, quitando así márgenes de autonomía a las organizaciones de base, activando cierto proceso de desmovilización popular y generando serios problemas políticos a la hora de definir la sucesión en contextos electorales”.
Estas son algunas de las razones internas a los mismos procesos que, sumadas a una amalgama de “golpes blandos” e institucionales, o la sistematización de lawfare y otros fenómenos políticos que exigen una mirada crítica actualizada a los modos de hacer y habitar la política en el siglo XXI, ayudan a explicar el posterior giro a la derecha de la región. El triunfo de Alberto Fernández tras la desidia macrista en Argentina, como el de Luis Arce, que da por terminada el gobierno de facto de Jeanine Añez en Bolivia, sumados al resultado del Plebiscito Nacional de Chile para redactar una nueva Constitución Política y dejar atrás la promulgada durante la dictadura militar de Pinochet, erigen un nuevo escenario y, de algún modo, señalan para los gobiernos americanos tanto las deudas contraídas en el pasado reciente como la posibilidad de un nuevo horizonte de transformación profunda.
Vivir Bien en nuestra Casa Común
Cada vez con mayor convicción, las intervenciones del Papa Francisco condensan una nueva etapa de esa saga de manifiestos nuestroamericanos, en tanto asumen un liderazgo global y regional de esa memoria política y cultural de los pueblos como espacio de reparo frente al avance de las depredaciones del capitalismo salvaje. Francisco repone en los “manifiestos” que nos ha legado[ii] la tesis de la profunda deshumanización que sufre el mundo, que no es otra cosa que el señalamiento de cómo los procesos económicos actuales desprecian la fuerza y energía cultural y espiritual de nuestros pueblos, especialmente de los ancestrales.
Evo Morales llamó la atención sobre ese proceso regido por “la brutalidad del capitalismo”, y ofreció en 2012 –como ofrece ahora Francisco–, un llamado a desapegarse del consumismo para promover el Vivir Bien y el cuidado de la Madre Tierra –nuestra Casa Común, como traducirá el Santo Padre. A tal punto llega la maquinaria de dilapidación capitalista que el Manifiesto de la Isla del Sol denuncia los artilugios de promoción de una “economía verde” que encubre, en realidad, un nuevo tipo de mercantilización de la naturaleza. En ese sentido, la defensa de la soberanía nacional debe leerse como denuncia de toda política colonialista hacia nuestro Sur impulsada por teorías acuñadas en el Norte. Y esto exige prestar especial atención al colonialismo ambiental, que se evidencia cada vez que no se exige con la misma fuerza a América Latina que a las potencias que efectivamente han causado las crisis climáticas con sus desarrollos desmedidos y salvajes. Por eso el mensaje de Morales remite a una política del cuidado común centrada en cómo evitar el agotamiento de los recursos naturales regenerando los sistemas de vida de la Madre Tierra, es decir, manejando de manera integral y sostenible nuestras economías y políticas sociales. Porque el planeta sin lugar a dudas “puede vivir mejor sin los seres humanos, pero los seres humanos no pueden vivir sin el planeta”.
Traducida, esa lógica del cuidado ha sido actualizada en Fratelli Tutti a partir del llamado a la comunión solidaria entre hermanos y hermanas para el resguardo y preservación de nuestro planeta:
“Cuidar el mundo que nos rodea y contiene es cuidarnos a nosotros mismos. Pero necesitamos constituirnos en un ‘nosotros’ que habita la casa común. Ese cuidado no interesa a los poderes económicos que necesitan un rédito rápido. Frecuentemente las voces que se levantan para la defensa del medio ambiente son acalladas o ridiculizadas, disfrazando de racionalidad lo que son sólo intereses particulares”.
Pensado regionalmente, el discurso de Francisco bien podría sugerir un diagnóstico situado como el que apareciera en el Manifiesto de la Isla del Sol: los procesos populares sudamericanos exigen, por un lado, el “reconocimiento universal de los derechos de la Madre Tierra en todas las legislaciones, tratados y acuerdos nacionales e internacionales para que los seres humanos empecemos a vivir en armonía y equilibrio con la Pachamama”. Por el otro, una “diplomacia de los Pueblos del Sur”, es decir, una política regional de integración que enfrente “la privatización y del saqueo de los recursos naturales”.
Llevada esta lectura a los últimos acontecimientos que sacudieron nuestro país, no se puede sino reparar en ese problema constitutivo de nuestra nación: el de la tierra y su posesión. Mientras (nos) sostengamos (en) la definición liberal de territorialidad –que es decimonónica e inequitativa– seguiremos viviendo días aciagos como el que se vieron en Guernica y en el entramado palaciego de las batallas internas de las familias terratenientes entrerrianas.
Nos debemos como comunidad y pueblo retomar estos pensamientos sobre el desigual impacto de la modernidad (y la posmodernidad) en la región. Nos debemos releer esta saga que se cifró en Hugo Chávez, Evo Morales, Lula Da Silva, Néstor y Cristina Kirchner, y que tiene ahora en el Papa Francisco una de sus voces más sensibles a la escucha y cuidado de los dramas populares. Con una parada obligatoria en Juan Domingo Perón, líder de un movimiento político sin igual en el mundo y seguramente el mayor filósofo político argentino del siglo XX (que nos disculpen Astrada y Kusch). Nos lo debemos. Porque la saga de experiencias y escrituras marcadas a fuego en la piel de los movimientos populares es archivo y memoria imprescindible para quienes aspiramos a una construcción política e intelectual cuyo gesto de afirmación cultural se decante por la voz poética y los sueños de felicidad de nuestros pueblos.
Fuente de la imagen: Infobae, 2018. [i] Bosia, U. “La tercera posición de Francisco”. Disponible en: https://oleada.com.ar/ensayo/la-tercera-posicion-de-francisco. [ii] Entre ellos, las encíclicas Laudato Si y Fratelli Tutti, las exhortaciones apostólicas Evangelii Gaudium y Querida Amazonia y los discursos a los movimientos sociales en sus visitas a Ecuador, Bolivia y Paraguay.
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