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Mariano Unamuno

El movimiento obrero organizado y su resistencia a la dictadura del Proceso





POR Dr. Mariano Unamuno


El presente trabajo tiene como objetivo analizar la que, a mi juicio, fue la principal resistencia que enfrentó la dictadura cívico-militar del Proceso de Reorganización Nacional en la concreción de sus objetivos. Obviamente me refiero al movimiento obrero organizado.

Quiero destacar que cuando menciono al movimiento obrero organizado no me refiero sólo a las organizaciones o a su conducción. Me refiero en especial a la conformación y empoderamiento del sujeto histórico que irrumpió como tal en la vida política argentina con el gobierno de Juan Domingo Perón.

Para el desarrollo del tema no soslayaré el debate sobre la posibilidad o no de realizar historiografía reciente, el contexto geopolítico en el cual se desarrollaron los hechos y desde luego las formas de resistencia propiamente dichas que el movimiento obrero desarrolló para enfrentar a la dictadura más brutal de toda nuestra historia y que dan sustento a mi afirmación inicial.

En primer lugar, resulta ineludible abordar el debate en torno a la historia reciente. En este caso se torna pertinente ya que el tema de este trabajo es sumamente cercano para mí. Al hablar de cercanía no me refiero exclusivamente a la proximidad temporal, sino a la vivencial y emocional ya que la última dictadura ha sido una experiencia sumamente traumática para la sociedad en su conjunto. Pero lo más grave es que ha dejado heridas que aún no cierran y secuelas que aún persisten en nuestro país.

En este marco, antes de dar mi opinión a la pregunta sobre si es posible hacer historia reciente, considero importante exponer los puntos principales en torno a este debate.

Uno de los principales referentes sobre la imposibilidad de hacer historia reciente es Luis Alberto Romero. Para este autor, el mayor impedimento de esta disciplina radica en que el historiador está inmerso en los debates políticos del momento. Desde las páginas del diario Clarín, del cual era columnista, Romero escribía: “La historia termina hace cincuenta años; lo que sigue es política. La historia debe atenerse a los hechos, a lo realmente ocurrido, lo demás es filosofía”. (1)

Esta concepción ortodoxa tiene por objeto mantener la objetividad del historiador. Para ello es imperioso separar de manera tajante el pasado, u objeto de estudio, del presente, impregnado de subjetividad y disputas políticas. De esta manera “el pasado es concebido como un “otro”, distinto del presente. Esta otredad del pasado es lo que permitiría a la historiografía presentarse como una disciplina autónoma, sostenida en la imparcialidad que otorga el alejamiento de los acontecimientos en el tiempo”. (2)

Esta postura fue criticada por otros historiadores que sí consideran posible el desarrollo de esta rama de la historia. Para Florencia Levín, la historia reciente no se define por fechas específicas, sino por la influencia que ciertos acontecimientos del pasado tienen en el presente. En esta visión, la diferencia entre sujeto y objeto se relativiza por la coetaneidad de los mismos: “lo que se ha producido en los últimos años es un giro hacia pasados que de un modo u otro involucran o impactan directamente la subjetividad del historiador y su compromiso político con el presente”. (3) Otro aspecto que analiza la autora es que la producción historiográfica sobre temas recientes se da por oleadas. Así como en la Europa de los años cincuenta la producción intelectual se centró en los estudios sobre la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, en la Argentina ocurrió lo mismo sobre el estudio de la última dictadura, alcanzando su desarrollo más alto durante los gobiernos kirchneristas. Esto se debió a dos factores: por un lado, el incremento presupuestario en las áreas destinadas a la ciencia y técnica; por el otro, la importancia que en este período histórico se le dio a las políticas de derechos humanos.

Otros autores, como Débora D´Antonio y Ariel Eidelman, centran sus estudios en el análisis de las teorías políticas del Estado en general, y la categoría de estado terrorista en particular. Santiago Garano considera a esta última un valioso concepto contra-hegemónico, ya que desenmascara su verdadera esencia. También valoriza el rol de los activistas por los derechos humanos al definir los acontecimientos históricos y las categorías de análisis. (Dictadura en vez de Proceso - detenidos, desaparecidos en vez de subversivos).

Para finalizar este punto considero que hacer historia reciente no sólo es posible sino que además es deseable y necesario. En cuanto a la subjetividad, si bien es inevitable, no la considero un impedimento insalvable para hacer historiografía. A modo de ejemplo puedo enumerar otras disciplinas como la sociología y la ciencia política, para las cuales es imposible ser completamente objetivos, ya que los cientistas sociales somos parte de aquello que estudiamos. Pero ello no impide el desarrollo de sus respectivas ciencias.

Por último, respecto a la politicidad de la historia reciente, si bien es cierto que la frontera entre ambas es permeable y difusa, opino que lejos de perjudicar a la disciplina la enriquece. Santiago Garano lo expresa claramente cuando sostiene que “el activismo por los derechos humanos se ha caracterizado por un modo indicial de producir información sobre los crímenes cometidos en tiempos de la última dictadura argentina”. (4) Y en sintonía con esta postura, Luciano Alonso manifiesta que: “al fin y al cabo, pareciera ser que, si la historia reciente tiene algo diferente de otras formas de hacer historia, es simplemente un plus de politicidad”. (5)

Otro aspecto importante a analizar es el contexto internacional en el cual se desarrollaron los acontecimientos que abordo en este trabajo. Concretamente me refiero al escenario de la Guerra Fría. Al respecto, la Argentina fue un caso atípico porque si bien el Proceso se alineó claramente con uno de los bandos, el peronismo a pesar de estar enfrentado a este no encajaba plenamente con el otro.

Como dije con anterioridad, desde el punto de vista del gobierno militar, no hay duda alguna sobre el bando en el cual jugó. Ariel Armony analiza detalladamente las acciones llevadas adelante por los militares. Por un lado, desempeñaron un rol protagónico en la lucha contra los movimientos insurgentes en Centroamérica. “A finales de los años setenta y principios de los ochenta, el régimen militar argentino procuró internacionalizar su aparato represivo en América Latina. Los militares argentinos trasladaron su experiencia en contra insurgencia a otros países de la región como parte de una cruzada hemisférica contra el comunismo”. (6) A tal punto fue así que el autor afirma que se desarrolló un anticomunismo propio independiente de EE.UU.

Continuando con el tema del rol de los militares argentinos en Centroamérica, Julieta Rostica toma como ejemplo la represión en Guatemala. En concreto, cómo el gobierno militar de Guatemala consideraba a la Argentina como el ejemplo a seguir en la lucha anti insurgente.

Así como Cuba era el bastión del bloque socialista en la región, y principal soporte de las guerrillas izquierdistas, el Proceso se mostraba ante el mundo como el abanderado regional de la lucha contra el comunismo. Este hecho llevaría a un colosal error de cálculo en la guerra de Malvinas al creer que, por el protagonismo de nuestro país en la cruzada anti comunista, EE.UU. no apoyaría a Gran Bretaña durante el conflicto bélico.

Otro hecho muy importante en la geopolítica regional fue la elaboración e implementación del Plan Cóndor. Este coordinó las acciones represivas de los gobiernos dictatoriales de la región. Este tema es analizado en detalle en el texto de Patrice McSherry: “La Operación Cóndor fue un sistema secreto de inteligencia y de operativos, que fue creado en el decenio de 1970, mediante el cual los estados militarizados de América del Sur compartieron datos de inteligencia y capturaron, torturaron y ejecutaron opositores políticos en los territorios de otros países”. (7)

Cabe señalar que detrás de todas estas acciones hay un trasfondo de adoctrinamiento previo constituido por la adopción de la Doctrina de Seguridad Nacional. Dicha doctrina fue elaborada para todo el continente e impartida a la oficialidad de nuestros países en la Escuela de Defensa de las Américas con sede en Panamá. También tuvo mucha influencia en el adoctrinamiento la llamada Escuela Francesa, basada en la experiencia adquirida por ese país en la lucha anti insurgente contra las fuerzas revolucionarias en sus ex colonias de Indochina y Argelia.

En esencia, la Doctrina de Seguridad Nacional planteaba que el enemigo estaba dentro de las propias fronteras, era parte del propio pueblo. Pero lo más grave es que llevó al extremo el apotegma de que el fin justifica los medios, avalando toda clase de prácticas inaceptables en una guerra convencional. Así, espionaje interno, secuestros, tortura, desaparición de personas, apropiación de bebés, propaganda y guerra psicológica, fueron parte habitual de las acciones llevadas adelante por las fuerzas represivas.

Ahora bien, como dije al principio de este punto, el hecho de que el gobierno militar se haya alineado claramente con uno de los bandos durante la guerra fría no significa que el peronismo se haya alineado con el otro. Para la mejor comprensión de este aspecto es menester analizar brevemente la relación entre el peronismo y el pensamiento de izquierda en la Argentina.

En sus inicios esta relación fue más que conflictiva ya que, en el origen del peronismo, los partidos de izquierda más importantes de nuestro país (Socialista y Comunista) cometieron un colosal error de análisis al caracterizar al incipiente movimiento como la filial local del eje nazi-fascista. Como corolario de este error teórico, el siguiente paso lógico fue otro error en la acción política, aliándose con la derecha más recalcitrante para constituir la Unión Democrática. De esta forma, trataron de reproducir a nivel local la alianza que se daba en el plano internacional entre la Unión Soviética con los Estados Unidos y Gran Bretaña en contra del enemigo común.

A partir de 1955, luego del derrocamiento de Perón, comienza en la izquierda un proceso de autocrítica no sólo de estos errores iniciales sino también de un rasgo que comparte con el liberalismo: la ceguera absoluta de la cuestión nacional. Esta interpretación forzada de la realidad, a través de categorías europeas, les impidió ver los profundos cambios que se estaban dando en la sociedad argentina.

Pero lo más sorprendente fue que el peronismo dejó de ser visto como un obstáculo para la concreción del ideario socialista para convertirse en el movimiento que la llevaría a la práctica. Esto se debió principalmente a ser la fuerza política que supo captar y representar los intereses de la clase obrera argentina.

A pesar de ser un movimiento poli clasista, la impronta de la clase obrera en el peronismo es inobjetable. Sobre todo, en la génesis y el ideario fundacional que representó el 17 de octubre de 1945, en que la presencia masiva de los trabajadores los convirtió en los protagonistas indiscutidos de ese hito histórico.

Desde luego que hubo sindicalismo antes de Perón. Los inmigrantes que llegaban en masa del Viejo Mundo no sólo traían sus sueños de una vida mejor. También traían su experiencia de organización y lucha y, por supuesto, sus convicciones políticas e ideológicas. Pero el peronismo logró lo que ninguna otra fuerza pudo hacer, que fue ganar la representatividad del movimiento obrero. En primer lugar, por darle contención a una nueva oleada de migrantes que, a diferencia de la anterior, esta vez provenía del interior del país para asentarse en los grandes centros urbanos. Estos nuevos migrantes, a diferencia de los europeos, tenían un perfil ideológico más conservador, rural y religioso, por lo cual era muy difícil que se identificaran con la izquierda marxista. Perón comprendió esto y con su accionar político logró unificar a este movimiento, empoderarlo y convertirlo en un actor protagónico de la política argentina.

Nadie expresa esto mejor que el político conservador Robustiano Patrón Costas, cuando decía: “Lo que yo nunca le voy a perdonar a Perón es que durante su gobierno y luego también, el negrito que venía a pelear por su salario se atrevía a mirarnos a los ojos. ¡Ya no pedía, discutía!”

Este grado de organización del movimiento obrero alcanzado en nuestro país no fue el común denominador de la región. Por el contrario, esta falta de organización popular hizo que en muchos países de Latinoamérica la resistencia contra las dictaduras se diera a través de la lucha armada, dirigida principalmente por agrupaciones políticas identificadas con el marxismo.

Sobre la implementación de esta metodología de lucha política, han corrido ríos de tinta tanto para reivindicarla como para condenarla. No es mi intención hacer ninguna de las dos cosas, sino entender por qué ocurrieron ciertos acontecimientos y cuáles fueron sus consecuencias.

La oleada de golpes de estado en la región comenzó con el derrocamiento de Jacobo Arbens en Guatemala en 1954, luego de haberse atrevido a promulgar una reforma agraria para expropiar tierras a la empresa norteamericana más importante de ese país, la United Fruit Company. Unos años antes, en Colombia, Jorge Gaitán, quien representaba al ala de izquierda del Partido Liberal y gran favorito para ganar las elecciones presidenciales, fue asesinado. Esto provocó masivas protestas populares y sus seguidores fueron brutalmente reprimidos dejando un saldo de miles de muertos en lo que se conoció como “el Bogotazo”. Por último, varios años después, en 1973 en Chile es derrocado y asesinado Salvador Allende.

Estos hechos marcaron a fuego a una generación que vio cómo se truncaban sus esperanzas de cambio y el camino al socialismo por la vía pacífica. Paralelamente en 1959 Fidel Castro entra triunfante en La Habana proclamando la victoria de la Revolución Cubana y demostrando que la lucha armada era el camino para derrotar a las dictaduras. A partir de ese momento y con el abierto apoyo del Gobierno de Cuba, comienzan a proliferar las agrupaciones guerrilleras en América Latina y Argentina desde luego, no fue la excepción.

Sin embargo, el entusiasmo de Cuba por apoyar estos movimientos no era compartido por la gran potencia del bloque socialista. En efecto, el apoyo soviético a estos grupos siempre fue muy ambiguo y fluctuante. Más que una cuestión de principios, era visto como una herramienta para negociar con EE.UU. “Los soviéticos no creían en la guerra de guerrillas como un método eficaz para debilitar a los EE.UU. y el régimen capitalista, pero temporalmente la lucha armada parecía ganarle la partida al imperialismo, aunque también tendría un costo político para la URSS. La URSS dejó de apoyar la lucha armada en América Latina cuando a mitad de los años sesenta esta forma de lucha contra el imperialismo demostró su debilidad después de que Jrushchev perdiera el poder en 1964 y la mayoría de los partidos comunistas latinoamericanos rechazaran la lucha armada por el costo social y político que implicaba a consecuencia de la represión del Estado y las fuerzas paramilitares”. (8)

Este fue el escenario regional e internacional en el cual se desarrollaron los hechos, y Argentina obviamente no fue ajena a ninguno de ellos. Como dije con anterioridad, el Proceso alineado con Occidente y abanderado de la cruzada anti comunista se lanzó al aniquilamiento de los grupos armados, por un lado, pero también, y principalmente, a la represión de toda forma de oposición a su régimen, en especial el movimiento obrero organizado. La lucha contra los grupos guerrilleros solo fue un pretexto para el logro de sus objetivos que eran muchísimo más ambiciosos y que desarrollaré en las próximas entregas de este trabajo.



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS


1. Luis Alberto Romero – Diario Clarín – 1996 / Citado por Gonzalo Urteneche – Mejor hablar de ciertas cosas – pag. 42

2. Bevernage, B. y Lorenz, Ch. - Breaking up time. Negotiating the borders between present, past and future. / Citado por Gonzalo Urteneche – Mejor hablar de ciertas cosas – pag. 42

3. Florencia Levín – Nuevo Mundo Mundos Nuevos - Escrituras de lo cercano. Apuntes para una teoría de la historia reciente argentina. – pag. 3

4. Santiago Garano – RevistaQuestión – Notas sobre el concepto de estado terrorista. – pag. 8

5. Luciano Alonso – El tiempo presente como campo historiográfico - Definiciones y tensiones en la formación de una Historiografía sobre el pasado reciente en el campo académico argentino - pag. 63

6. Ariel Armony – Trasnacionalizando la “guerra sucia”: Argentina en Centroamérica – pag. 319

7. Patrice McSherry – Los Estados depredadores: La Operación Cóndor y la guerra encubierta en América Latina – pag. 25

8. Daniela Spencer – Espejos de la guerra fría: México, América Central y el Caribe – pag. 316.

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